¿Y si sentirte bien también es un buen motivo para ir a terapia?

Hay una idea que muchas veces se instala de forma silenciosa y un poco tramposa: la de que la terapia es solo para momentos de crisis. Cuando estamos mal, colapsadas, desbordadas, sin salida. Cuando «ya no sabemos qué más hacer».

Pero, ¿qué pasa cuando aparece ese subidón de ánimo (yo le llamo “hype emocional”) después de un buen día, una charla motivadora o una pequeña victoria?
Ahí es cuando las psicólogas nos encontramos con una situación conocida: la tentación de los y las pacientes de cancelar la sesión. Y escuchamos “lo dejamos para la semana que viene” y de fondo la idea que justifica “como ya estoy mejor, mejor cancelo la sesión de esta semana”.

Por supuesto que es algo que converso con mis pacientes cuando identifico que no es algo de “una vez” sino una dinámica. Pero hoy te invito a detenerte y preguntarte: ¿realmente el bienestar es motivo para frenar, cortar, interrumpir el proceso terapéutico (aunque sea por una semana)?

Muchas personas comienzan terapia desde el malestar. Es esperable y hasta deseable: pedimos ayuda cuando algo duele. Pero también es común que, apenas el ánimo mejora un poco, aparezca el impulso de postergar o cancelar sesiones. Esa lógica convierte a la terapia en un «espacio de emergencia», algo a lo que recurrimos cuando no podemos más.

Sin embargo, ese “sentirse bien” también es parte del camino terapéutico. El hype emocional puede contener pistas importantes: ¿qué cambió? ¿qué decisiones tomaste? ¿qué estás haciendo diferente? Comprender esas respuestas es clave para sostener el bienestar a largo plazo.

Acá entra en juego una idea fundamental que a veces olvidamos: la salud no es solo la ausencia de enfermedad. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud implica bienestar físico, mental y social. Y en terapia, no solo trabajamos el dolor o los síntomas, sino también cómo crear, sostener y expandir el bienestar emocional. Al permitirte explorar cómo eres cuando te sientes bien, también te habilitas a conocer otras facetas tuyas, a una faceta en donde no eres «la mejor guerrera del universo» ni una «superviviente», sino una persona que disfruta, que elije desde lo positivo.

Aprender a estar bien también es un desafío, requiere esfuerzo y conciencia. Poder disfrutar, afirmarse en lo que nos hace bien, evitar el autosabotaje o la culpa por sentirnos mejor… todo eso también se puede (y se debe) trabajar en terapia.

El valor de los encuentros sin urgencia
No todos los encuentros terapéuticos tienen que estar atravesados por el caos y el desborde. De hecho, los espacios de calma pueden ser especialmente ricos: nos permiten revisar lo cotidiano, lo liviano, lo que pasa cuando no tenemos que apagar «incendios» ni cuando solo hay que ocuparse de lo urgente. Siempre digo «cuidado con lo urgente, que suele tapar lo importante».

Quizás sientas que no tienes de qué hablar porque «no pasó nada». Justamente: en esos momentos “sin tema”, muchas veces aparecen reflexiones profundas. Porque ahí también estamos viviendo, eligiendo, construyendo. Y cuanto más conocemos nuestras formas de estar bien, más herramientas tenemos para sostenernos cuando las cosas se complican.

Entonces, la próxima vez que sientas ese impulso de cancelar la terapia porque «ya estás mejor», estas preguntas te pueden ayudar:

  • ¿qué hay en este bienestar que también merece ser visto, nombrado y fortalecido?
  • ¿solo le presto atención al caos? ¿solo me ocupo de los problemas?
  • ¿cómo construyo mi bienestar? ¿conozco cómo hacerlo?

Creo que el bienestar también se trabaja. Que no somos solo síntomas o problemas, sino también elecciones, deseos y formas de estar en el mundo. Y que saber qué sucede en los momentos de tranquilidad y «relax» también es parte del proceso terapéutico.

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