Violencia estética: dejemos de ser parte del problema

Ya dijimos en otro posteo que la violencia estética no es inocente. Tiene consecuencias físicas y psicológicas, visibles e invisibles, sobre las personas.

La presión por «encajar» a ciertos modelos e ideales desemboca en situaciones de malestar. En particular, genera estados de estrés, ansiedad y baja autoestima. Muchas personas son discriminadas y estigmatizadas por no cumplir con ese «debería» que prescribe la belleza.

En respuesta a esto, algunos se someten a dietas estrictas que conllevan a trastornos alimentarios que perjudican la integridad física y mental. Tal es el caso de la bulimia, la anorexia, la ortorexia, entre otros.

Asimismo, hay quienes se exponen a cirugías estéticas para borrar arrugas y líneas de expresión o para disminuir el abdomen y aumentarse el busto. De este modo, el cuerpo empieza a ser modelado en función de mandatos, alejándose cada vez más del aprecio y del respeto por quiénes somos.

La violencia estética también se encuentra entre las causas del acoso escolar. Todos conocemos algún caso de un compañero que era acosado por su peso y a quien no elegían para el equipo de deportes.

Su peligro es aún mayor porque se empieza a desarrollar a edades tempranas y tiene un impacto negativo en la identidad, la autoestima y en los cuerpos en desarrollo.

Por otro lado, no hay que obviar las consecuencias en relación a la sexualización y a la cosificación de los cuerpos —sobre todo de las niñas y las mujeres— que se encuentra implícita en dicho estándar de belleza.

Es decir, para llamar la atención y ser aceptadas, muchas veces se muestran en poses sexualizadas y eróticas, inadecuadas para su edad y para su madurez emocional.

En síntesis, la violencia estética expone a las personas a riesgos tanto en la salud física como mental. Al mismo tiempo, como sociedad nos convierte en intolerantes y discriminadores.

Cómo actuar ante la violencia estética
No es necesario esperar a que todo «explote» para hablar de un cambio. Podemos empezar a ser partícipes del mismo con acciones cotidianas y pequeñas, aunque no menos significativas. Algunas de las recomendadas son las siguientes:

  • Evitar comentarios referidos al cuerpo de una persona, en los que se valora su poco peso, su juventud, etcétera.
  • Habilitar otros modelos para seguir. Por ejemplo, muchas veces transmitimos a las niñas que el aspiracional es ser como «la Barbie», pero nos olvidamos de las científicas, las mujeres líderes, las políticas, entre otras. Es decir, mujeres que no están confinadas a sus cuerpos, sino ocupando roles de poder.
  • Cortar los comentarios burlistas que sostienen y reproducen la violencia estética. No reírse ni ser cómplices de los mismos. De ser posible, indicarle a la persona que los hace que no es correcto.
  • Reconocer otros atributos y cualidades. Tanto en nosotros mismos como en otros y, sobre todo, reforzarlos. Las personas somos mucho más que una cara o un cuerpo bonito.

Cuidado con los mensajes encubiertos de empoderamiento
En ocasiones, bajo mensajes de empoderamiento y autonomía de los cuerpos, se confunde a las niñas y a las mujeres al momento de elegir lo que quieren ser, a mostrarse semidesnudas o exhibirse con libertad, cuando en realidad se trata de una maniobra más por responder a aquello que esperan el mercado y la sociedad.

Por supuesto, cada quien tiene derecho a hacer lo que desee. No obstante, es mejor no caer en la ingenuidad de que del otro lado no hay una mirada buscando opinar y validar cada paso que damos. Repetir más de lo mismo o hacer lo que se espera de nosotras no es—ni cerca— ser libres.

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