Una oleada de decisiones

Nuestro punto de partida. Con M. nos conocemos hace un tiempo, ya tenemos varias sesiones juntas. Empezamos trabajando el modo en que se relaciona con los demás y vimos que detrás de eso se escondía miedo e inseguridad. Hoy, con decisiones más propias, M. vive más cómoda y alineada con quien quiere ser.
Sin embargo, como todo camino, hay avances y progresos, y también reaparecen dudas y bloqueos.

La semana pasada, M. empezó su sesión diciendono sé qué hacer, hay una oleada de decisiones que me tiene confundida”.
Le pedí que me cuente un poco más y que hagamos una “radiografía” de esas decisiones: qué temas tocaban, cómo habían surgido, si involucraba personas, si había plazos o urgencias a tener en cuenta, entre otros disparadores.

“Entre la semana pasada y esta que recién empieza, 5 personas de mi trabajo renunciaron: algunas ya se fueron y los estuvimos despidiendo y 2 se van a fin de mes”.

Ahí entendí “la oleada” de decisiones de la que hablaba, pero dejé que avanzara.
– Bien, ¿y de qué manera te interpela esto?
En mi cabeza, imaginaba que una decisión nunca viene sola: siempre trae “efectos en dominó”. En este caso, que un compañero se vaya cambia la cotidianidad al no compartir más el espacio con esa persona; también pueden cambiar las maneras de reorganizar tareas, quizás llega alguien nuevo, y por supuesto, puede llevarnos a pensar en la propia vida laboral y en otros aspectos.

-Empiezo a pensar si no debería irme yo también, si me estoy perdiendo de algo. Si ellos están viendo algo que yo no, si no estoy muy cómoda y debería activar.

Acá hago un paréntesis y te cuento que, dentro de los temas que trabajamos con M., se encuentra el hecho de que muchas veces se cuestiona sus propias decisiones y emociones al analizarse “a la sombra” de otras personas. Al mirar las historias o situaciones ajenas, M. trata de aplicar esa misma vara a su propia vida.
En esta situación que trajo a sesión estaba repitiendo la misma dinámica. M. se “pega” a los otros y sus decisiones y piensa que debería “ser o actuar como ellos”. Desconfía de su criterios y duda. De allí “la oleada de decisiones”. La oleada de decisiones de otros que la «arrastran» a ella.

Hasta acá llegamos con lo que voy a compartir sobre el caso de M. Sin embargo, creo que puede ayudarte a pensar sobre tu propio camino, invitándote a reflexionar sobre el modo en que decides.

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Las decisiones que tomamos deben ser nuestras, no guiadas por lo que los demás hacen o esperan de nosotros.

¿Cómo seguimos con la «oleada» de decisiones?

Algunos de los puntos que trabajamos y que también pueden orientarte son los siguientes:

Aceptar que algo nuestro “puede moverse” cuando vivimos de cerca la historia de otra persona. Hay que reconocer qué se despierta, procesarlo, digerirlo, metabolizarlo. Pensar qué me hace sentir así y analizarlo a la luz de mis propias circunstancias, preguntas y deseos. Aprovechar la información que traen esas emociones.

No caer en la “urgencia” de tener que hacer algo solo porque los demás lo hacen. En el caso de M., no se trata de descartar la idea de que busca un cambio, sino de aceptar que ese cambio será “bajo sus reglas” y en su proceso, no siguiendo el camino o el proceso de otros.

Una de las claves que apareció en nuestras sesiones fue ponerle nombre a esa sensación de urgencia o inquietud que aparece cuando vemos a otros tomar decisiones importantes o moverse. El FOMO puede llevarnos a pensar que estamos perdiendo oportunidades, que nos estamos quedando atrás o que deberíamos estar haciendo “algo más”.

También es importante reconocer el “autocastigo”, que viene con ideas de “qué mediocre soy”, “todos avanzan y yo sigo estancada”, y algunas variantes más.

Trabajar sobre esto implica desarmar falsas ideas como “es ahora o nunca”, “que hay que salir de la zona de confort” o que todos deberían avanzar al mismo ritmo.
Es importante tener un cable a tierra que nos devuelva al presente que elegimos: aunque hoy ese presente parezca impuesto u obligado, en algún momento decidimos, sopesamos posibilidades y elegimos este lugar. ¡Ojo! Esto no quiere decir que no podamos volver a cambiar, pero ese cambio debe estar motivado desde nosotras. Observar y valorar lo que sí hay ahora en nuestras vidas ayuda a tomar decisiones desde un lugar más consciente y menos “urgente” y apresurado.

Junto a M., trabajamos en construir una brújula propia. Es decir, herramientas internas para diferenciar el deseo real de la reacción, del impulso por imitar. Cuando vemos movimientos a nuestro alrededor, es muy fácil dejarse llevar por el ruido externo.
Por eso, empezamos a preguntarnos: ¿qué deseo es verdaderamente mío? ¿qué necesito hoy? ¿qué me da paz, más allá del “debería” o de lo que los otros están haciendo?

Esta brújula no se construye de “una vez y para siempre”: puede ir cambiando, pero el denominador común es que nos invita a escucharnos y prestar atención a qué decisiones nos hacen sentir más “yo” y menos “los otros”.

No decidir ya mismo también es una forma de cuidarse. Con M., empezamos a resignificar los momentos de “pausa” como un tiempo fértil, para ponerse a ella misma en valor y conectar con lo que desea y quiere. Esa “no acción” -vista al principio por M. como algo negativo es en realidad una acción.

Cuando parece que todo alrededor se está moviendo, quedarnos en el mismo lugar puede sentirse amenazante y “mediocre”, como decía M., pero también puede ser un gesto de firmeza y de seguridad. Aprender a habitar ese espacio de espera, sin ansiedad, sin urgencia, puede darnos claridad y hacernos ganar perspectiva.

Ahora, abro un espacio para que pienses y si te animas, me cuentes en comentarios o en el instagram:

  • ¿Alguna vez te pasó sentir que los demás avanzan, mientras tú te quedas en el mismo lugar?
  • ¿Te sentiste confundida con tus decisiones, al compararte con lo que otros eligen?
  • ¿Te encontraste dudando de lo que quieres solo porque algo en el afuera se movió?
  • Si hicieras el ejercicio de la brújula interna, ¿qué encontrarías en el lado del deseo y qué en el lado del impulso y la imitación?

Tal vez te encuentras en una etapa parecida: mirando a tu alrededor y preguntándote si deberías estar en otro lugar, haciendo otra cosa, siguiendo otros ritmos.
Si sentís que este relato te toca, te invito a iniciar un proceso de terapia o a sumarte al taller híbrido.
A veces, lo más valiente que podemos hacer es empezar a escucharnos de verdad.
Es un paso difícil, pero no imposible.

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