Linda y flaca

Monochrome photo capturing a woman walking outdoors on a pathway lined with plants.

Para muchas, escuchar hablar de «violencia estética» es algo nuevo. Es descubrir que aquello que tenemos atorado en la garganta o la acidez constante al tener que elegir qué ropa usar en realidad tiene otro nombre: ni histérica o sensible ni «me pasé de comida». Lisa y llanamente, son comentarios y mandatos sobre nuestro cuerpo y cómo debemos ser. ¿Te suena?

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«Los veranos para mi son una pesadilla: tengo que estar flaca y depilada». «Me gustaría dejarme las canas, pero me dijeron que me hace lucir muy descuidada». «Prefiero ser una flaca triste a ser una gorda feliz». Estos son apenas algunos de los comentarios que suelen escucharse entre aquellas que se enfrentan a la tiranía de la belleza. No los estoy inventando: llevo años escuchándolos en sesiones en el consultorio y también en espacios más informales que comparto con amigas y colegas.

La violencia estética es una forma de violencia que obliga a responder a ciertos patrones y mandatos sobre cómo vestirse, qué medidas tener, cómo debe ser la figura, etcétera.

Si bien puede pasar desapercibida por lo mucho que se ha normalizado, lo cierto es que tiene implicaciones psicológicas que no deberían descuidarse.

¿Qué es la violencia estética?
Cuando pensamos en violencia, a menudo nos limitamos a su forma física o psicológica. Sin embargo, en nuestro día a día nos encontramos con otros tipos de abuso más sutiles o silenciosos, pero igualmente peligrosos e impactantes.

Este tipo de violencia se relaciona con la validación de un único modelo de belleza, que determina cuerpos hegemónicos y deseables. Por tanto, todas aquellas personas que no cumplen con dicho ideal, quedan por fuera, es decir, son menos valiosas.

Sus principales características son las siguientes:

  • Sexista. Porque si bien afecta a todas las personas, en general recae con mayor presión y exigencia en las mujeres. Los varones pueden tener «pancita », pero ellas «se descuidaron y están gordas».
  • Racista. Por lo general, destaca los cuerpos blancos o suele responder a un parámetro de cuerpos occidentales que deja de lado la diversidad corporal que —muchas veces— va de la mano del contexto y las condiciones geográficas.
  • Gordofóbica. Rechaza los cuerpos con curvas, con otras proporciones o con sobrepeso.
  • Edadista. Promueve la juventud como un valor y rechaza el paso del tiempo y la vejez.
  • Discriminadora. Reconoce un único cuerpo y rechaza los cuerpos con diversidad funcional. Después de todo, ¿cuántas personas que usan sillas de rueda trabajan como modelos? De seguro, al pensar en ello, sobran varios dedos de la mano.
  • Estereotipada. Reproduce los estereotipos de género. Esto sucede al establecer como parámetros qué es masculino y qué es femenino, y criticar a quienes no cumplen con ellos. Un ejemplo es cuando decimos que tal mujer no luce femenina porque no se cuida el pelo o no se pinta las uñas.

Ahora bien, vale la pena destacar que si bien la violencia estética tiene como víctimas principales a las niñas y las mujeres, también la sufren identidades no binarias y los hombres en menor medida. En este último caso, algunos ejemplos son cuando ellos pierden el cabello, no responder a cierta estatura, etcétera.

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